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LA CIUDAD, DE GONZALO MILLÁN

Destacamos este mes el libro La ciudad, de Gonzalo Millán, testimonio poético de nuestra historia reciente.



Amanece.
Se abre el poema.
Las aves abren las alas.
Las aves abren el pico.
Cantan los gallos.
Se abren las flores.
Se abren los ojos.
Los oídos se abren.
La ciudad despierta.
La ciudad se levanta.
Se abren llaves.
El agua corre.
Se abren navajas tijeras.
Corren pestillos cortinas.
Se abren puertas cartas.
Se abren los diarios.
La herida se abre.



Escrito por Gonzalo Millán (1947-2006) desde el exilio en Canadá, La ciudad es un testimonio poético crudo y despojado de metáforas de la experiencia colectiva y cotidiana de la dictadura. En un código que anuncia la estética del videoclip, el poemario es una sucesión de imágenes que transitan sin respiro, como un galope incesante y vertiginoso que, sin embargo, no conduce a ninguna parte: es la crónica de una ciudad cuya conciencia aparece repentinamente suspendida, silenciada y oscurecida, avasallada por el miedo y surcada por una herida devenida en hábito.
El valor de la obra de Millán reside, por una parte, en su habilidad para registrar la realidad con escrupulosidad forense y levantar, a partir de la acumulación de “pedazos de lenguaje petrificados” una ciudad de papel y tinta capaz de conjurar el letargo de la memoria histórica. Según el crítico Mariano Aguirre, La ciudad es “un poema emblemático porque construye un espacio que cierra un modo de convivencia ciudadana y avizora otro en que las relaciones humanas se prevén fuertemente alteradas por el ejercicio de un poder ignominioso”. Considerando que su escritura fue iniciada en septiembre de 1973, inmediatamente tras el golpe militar, el texto cobra, en efecto, un valor auténticamente profético. Y es precisamente su compromiso irrecusable con la coyuntura de la cual brotó el que justifica su relectura, ya sea como documento social, como letanía expiatoria o como experimento de lenguaje.
Porque La ciudad también puede ser abordada como una aventura lingüística donde la escritura se emprende como un ejercicio constructivista de selección, edición y montaje de materiales encontrados. El autor renuncia a los recursos tradicionales de la lírica y propone, en cambio, una “poética de la objetividad”, profundamente compenetrada con los planteamientos de las vanguardias plásticas contemporáneas: el abandono de la retórica, la ruptura de la armonía, la repetición y la acumulación como principios productivos fundamentales. Los versos se suceden como arrojados desde “una máquina de palabras”, matriz de las marchas agitadas y las rutinas trilladas que pueblan la ciudad-simulacro, aquella que únicamente el gesto poético es capaz de fundar y aniquilar.